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AL FINAL DE LA CRUZADA

























De su mano salieron los cientos de elefantes

que vienen a bañarse cada noche

bajo el torrente silencioso

que se escapa de mis ojos.


En sus dedos nacieron elefantes,

en su mente murieron mis recuerdos.


Decidió cínicamente olvidarse

del amor que juntamente sembramos,

decidió tranquilamente privarme

del mágico sol de sus besos.


Y hoy veo, con desesperante impotencia,

cómo se va marchitando de a poco,

porque para vivir

ya de nada le sirven mis versos.


Los colores que pintó en mi pecho,

lentamente se van desvaneciendo

quizás porque no soy elefante

que regresa, siempre sumiso,

a beber de la misma fuente.


Me escurrí del sacro lienzo que colgaba en su alma

tal vez queriendo empaparme de nuevos matices;

me perdí entre escabrosos vacíos,

tal vez rogando que viniera a salvarme.


Pero ahora que finalmente acabó mi cruzada,

me enfrento aterrado a la suerte

de deber condenar al olvido

lo que más amaba.


Se marchó tranquila sobre un paquidermo maldito

que partió con ella hacia lejanas tierras,

sufriendo con dolor cansado

los terribles males

que grabé en su frente.


Del pincel de su boca brotó amargamente la sangre

que tiñó de tristeza mi vida,

y pudrió para siempre el sentido

que a mis acordes envuelve.


La distancia me abrazó con su trompa,

la perfidia la apartó de mi sombra.






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